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gUILLERMO cRUZ pONCE
gUILLERMO cRUZ pONCE
En ciudad Neza la palabra “chimeco” evoca un posado reciente, aún vigente y que al paso de los años se convierte en añoranza por aquellos años. Vocablo rebelde al diccionario de la Real Academia de la Lengua y que se entiende por sucio, desaliñado, cochino, etc. Si, y también se le conoce con este nombre al sistema de transporte de camiones del municipio, anteriormente el único autorizado para recorrer los vasos sanguíneos de Nezahualcóyotl y sus alrededores. Un “chimeco nos podía transportar a las colonias La Perla, Chimalhuacán, Maravillas, Esperanza, Evolución, Metropolitana, el Bordo, El Sol o la Estado de México.
Abordar un “chimeco” constituía toda una aventura para poder llegar a nuestro destino, en medio de una naciente ciudad que se gestaba a la brava, sin servicios urbanos básicos y con las promesas políticas muy al estilo del priísmo de ese entonces.
Los “chimecos” recorrían todo el municipio llevando gente, masas humanas que sentadas o de pié sorteaban baches, caminos de tierra y lodo, lluvia y tormentas de arena y polvo. Ya en el camino, uno no podía quejarse, solo quedaba la resignación.
Son las 7:30 de la noche, ahí viene el chimeco, le hago la parada, me cuelgo del estribo, no puedo avanzar más allá, el camión está lleno, hasta su madre. Su motor es como una voz, lo escucho fuerte, molesto, agresivo. No se si es un Rápido de Nezahualcóyotl o un Aviación Civil-Caracol-Vaso de Texcoco, pero da igual. Destino: La Perla
Todos estamos apretados, las caras de cada uno de los pasajeros me son conocidos: obreros, empleados, albañiles y trabajadores en general. Ropa de trabajo que se delata por su olor, sus manchas, por los humores de la mano de obra barata de la gran ciudad de México. La gran mayoría va incómodo, incluso los que tienen la fortuna de ir sentados, hombres o mujeres (aquí no existe diferencia si de agarrar lugar se trata), aquí nadie es más que el otro, nadie tiene privilegios. Nos urge llegar. El chofer permite entonces el ascenso del pasaje por la puerta trasera. No trae cobrador. La música nos acompaña durante todo el trayecto. Escucho Radio AI “Cascabelera” y la “cumbia de los pobres”. Su letra invita a la reflexión expres y aun silencio obligado…”tu vida está rodeada de pobreza, no tengas miedo, no tengas vergüenza…”. El silencio pudiera ser lapidario, sin embargo la manera de conducir del chofer nos obliga a despertar, a reconocer la calle que atravesamos, a estar pendientes de nuestras carteras. El operador nos dice que nos recorramos para atrás, que allí está vacío (¿?). Entonces una señora intenta bajar, grita ¡Bajan, aquí bajo!
Apenas puede, trae consigo dos cubetas, una canasta y a un infante de no más de cinco años; una de sus cubetas se atora con la mochila de un pasajero y empiezan las mentadas de madre entre ambas partes.
El chofer sin la más mínima preocupación pasa de largo tres topes, seguramente también desea llegar rápido, pero no es así; otro “chimeco” de la misma ruta lo rebasa, se le cierra, levanta pasaje. Entonces el camión donde circulo lo rebasa ahora. Algún pasajero anónimo le grita al conductor “pinche güey no trais animales pendejo...”. El operador responde haciendo alto total a la unidad e inquiere “pus si quiere comodida tome su taxi”. El ambiente se tensa pero finalmente todo se tranquiliza al llegar a un semáforo. Bajan muchos y por fin puedo avanzar a la parte de en medio.
Todavía falta, pienso, apenas estamos en la Texcoco. La luz interior del camión es roja, como los tugurios. Para bajar solo debo jalar un cordón y el chofer se detendrá (a medias o totalmente). Para sortear todos estos peligros me detengo de un tubo y de la canastilla portabultos. Casi no veo, es de noche y los cristales de las ventanas están polarizados. Al frente, el chofer instalado cual cabina de avión, esta rodeado de una serie de fetiches que llaman mi atención: un crucifijo de madera al centro del parabrisas e iluminado por una tenue luz morada y un florero con claveles rojos y blancos. Coronando el parabrisas un largísimo espejo retrovisor biselado y grabado, donde el chofer puede ver todo el interior del camión, todo. Arriba del parabrisas encontramos una cortina ondulada y de olanes en terciopelo rojo con flecos dorados y que en medio, donde esta el crucifijo, se abre para magnificar esta imagen y la fe de cada uno de nosotros, hijos de Eva. También veo un foco que ilumina el estribo en color morado, o sea un viejo frasco de crema Nivea en función de pantalla. La palanca de velocidades es grande, como lo es la imagen en 360° de la Virgen de Guadalupe, madrecita santa venerada por todos los mexicanos. Al extremo izquierdo del chofer , diviso un compartimiento de madera con una breve colección de botellitas de alcohol de todas las marcas. Presidente, Don Pedro, Bobadilla, Sauza, Etiqueta Negra, Bacardi Añejo, etc. Supongo que su función es la de proveer de calorías al conductor en momentos aciagos y que por lo visto son constantes, ¡Salud!.
También me percato de una cadena cromada que el operador jala a cada instante (por supuesto, es el claxon) y que lo activa para avisarnos que allí está, que su destino es el que está señalado al frente y con marcador blanco en el parabrisas.
Claro, también suena el claxon a la menor provocación de algún irreverente o de plano para mentar madres, así de fácil. También llama la atención la antena descomunal que recorre la unidad de frente hacia atrás y que remata con una mascada en tela vaporosa y se adorna con muchas, pero muchas pelotas de esponja. Las luces de navegación están repintadas en colores verde y amarillo.
Si, aquí estoy, y a punto de llegar, a mi destino final, sabiendo que mañana , muy temprano, nuevamente abordaré esta u otra unidad que está a mi servicio. Reflexiono algunos textos escritos en su interior: la bajada es por atrás, no escupir, no seas (dibujo de un cerdito), toque el timbre fuerte, oigo Radio Mil. Este es un breve recorrido por el chimeco nuestro de todos los días. Amen
México D. F., agosto-diciembre del 2003
Abordar un “chimeco” constituía toda una aventura para poder llegar a nuestro destino, en medio de una naciente ciudad que se gestaba a la brava, sin servicios urbanos básicos y con las promesas políticas muy al estilo del priísmo de ese entonces.
Los “chimecos” recorrían todo el municipio llevando gente, masas humanas que sentadas o de pié sorteaban baches, caminos de tierra y lodo, lluvia y tormentas de arena y polvo. Ya en el camino, uno no podía quejarse, solo quedaba la resignación.
Son las 7:30 de la noche, ahí viene el chimeco, le hago la parada, me cuelgo del estribo, no puedo avanzar más allá, el camión está lleno, hasta su madre. Su motor es como una voz, lo escucho fuerte, molesto, agresivo. No se si es un Rápido de Nezahualcóyotl o un Aviación Civil-Caracol-Vaso de Texcoco, pero da igual. Destino: La Perla
Todos estamos apretados, las caras de cada uno de los pasajeros me son conocidos: obreros, empleados, albañiles y trabajadores en general. Ropa de trabajo que se delata por su olor, sus manchas, por los humores de la mano de obra barata de la gran ciudad de México. La gran mayoría va incómodo, incluso los que tienen la fortuna de ir sentados, hombres o mujeres (aquí no existe diferencia si de agarrar lugar se trata), aquí nadie es más que el otro, nadie tiene privilegios. Nos urge llegar. El chofer permite entonces el ascenso del pasaje por la puerta trasera. No trae cobrador. La música nos acompaña durante todo el trayecto. Escucho Radio AI “Cascabelera” y la “cumbia de los pobres”. Su letra invita a la reflexión expres y aun silencio obligado…”tu vida está rodeada de pobreza, no tengas miedo, no tengas vergüenza…”. El silencio pudiera ser lapidario, sin embargo la manera de conducir del chofer nos obliga a despertar, a reconocer la calle que atravesamos, a estar pendientes de nuestras carteras. El operador nos dice que nos recorramos para atrás, que allí está vacío (¿?). Entonces una señora intenta bajar, grita ¡Bajan, aquí bajo!
Apenas puede, trae consigo dos cubetas, una canasta y a un infante de no más de cinco años; una de sus cubetas se atora con la mochila de un pasajero y empiezan las mentadas de madre entre ambas partes.
El chofer sin la más mínima preocupación pasa de largo tres topes, seguramente también desea llegar rápido, pero no es así; otro “chimeco” de la misma ruta lo rebasa, se le cierra, levanta pasaje. Entonces el camión donde circulo lo rebasa ahora. Algún pasajero anónimo le grita al conductor “pinche güey no trais animales pendejo...”. El operador responde haciendo alto total a la unidad e inquiere “pus si quiere comodida tome su taxi”. El ambiente se tensa pero finalmente todo se tranquiliza al llegar a un semáforo. Bajan muchos y por fin puedo avanzar a la parte de en medio.
Todavía falta, pienso, apenas estamos en la Texcoco. La luz interior del camión es roja, como los tugurios. Para bajar solo debo jalar un cordón y el chofer se detendrá (a medias o totalmente). Para sortear todos estos peligros me detengo de un tubo y de la canastilla portabultos. Casi no veo, es de noche y los cristales de las ventanas están polarizados. Al frente, el chofer instalado cual cabina de avión, esta rodeado de una serie de fetiches que llaman mi atención: un crucifijo de madera al centro del parabrisas e iluminado por una tenue luz morada y un florero con claveles rojos y blancos. Coronando el parabrisas un largísimo espejo retrovisor biselado y grabado, donde el chofer puede ver todo el interior del camión, todo. Arriba del parabrisas encontramos una cortina ondulada y de olanes en terciopelo rojo con flecos dorados y que en medio, donde esta el crucifijo, se abre para magnificar esta imagen y la fe de cada uno de nosotros, hijos de Eva. También veo un foco que ilumina el estribo en color morado, o sea un viejo frasco de crema Nivea en función de pantalla. La palanca de velocidades es grande, como lo es la imagen en 360° de la Virgen de Guadalupe, madrecita santa venerada por todos los mexicanos. Al extremo izquierdo del chofer , diviso un compartimiento de madera con una breve colección de botellitas de alcohol de todas las marcas. Presidente, Don Pedro, Bobadilla, Sauza, Etiqueta Negra, Bacardi Añejo, etc. Supongo que su función es la de proveer de calorías al conductor en momentos aciagos y que por lo visto son constantes, ¡Salud!.
También me percato de una cadena cromada que el operador jala a cada instante (por supuesto, es el claxon) y que lo activa para avisarnos que allí está, que su destino es el que está señalado al frente y con marcador blanco en el parabrisas.
Claro, también suena el claxon a la menor provocación de algún irreverente o de plano para mentar madres, así de fácil. También llama la atención la antena descomunal que recorre la unidad de frente hacia atrás y que remata con una mascada en tela vaporosa y se adorna con muchas, pero muchas pelotas de esponja. Las luces de navegación están repintadas en colores verde y amarillo.
Si, aquí estoy, y a punto de llegar, a mi destino final, sabiendo que mañana , muy temprano, nuevamente abordaré esta u otra unidad que está a mi servicio. Reflexiono algunos textos escritos en su interior: la bajada es por atrás, no escupir, no seas (dibujo de un cerdito), toque el timbre fuerte, oigo Radio Mil. Este es un breve recorrido por el chimeco nuestro de todos los días. Amen
México D. F., agosto-diciembre del 2003
me gusto tu historia pero te doy un consejo hay que tener cuidado con esos pendejos por que van vien drogados sin respetar a nadie yo siempre bajo en ellos y creeme que he sufrido de asaltos disparos ahi mismo del camion mejor en vez de chimecos estoy a favor que metan EL MEXIBUS O METROBUS O MACROBUS PIENSO QUE HACI HAY MAS SEGURIRIDAD
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