domingo, 8 de abril de 2012

HISTORIAS

Vida y Milagros del




ÑEROPA
(PRIMERA PARTE)

Por Guillermo Cruz Ponce

Como un homenaje a Juancho (Juan Carlos Álvarez Soto)+ (qepd)
                                       

No ha sido mera coincidencia, pero los testimonios abundan al respecto. Juan Carlos Gómez  asegura ser depositario fidedigno de la mismísima Virgen de Guadalupe. Devoto del culto mariano, el Ñeropa –como así le dicen en su barrio de Xochimilco-, revive la fe que le da sentido a tan singular apodo y que nace de su firme creencia en el Niñopa, imagen real que se venera en algunos lugares del sur de la Ciudad de México y que ha trascendido más allá  de lo imaginable, provocado incluso el disgusto y la molestia del clero católico contra esta devoción, para muchos pagana. Desde niño, Juan Carlos cargaba bolsas de mandado en el tianguis del barrio, hasta que un día, al regresar a su humilde casa, escuchó un alboroto por toda la vecindad: se trataba de el júbilo que la gente sentía al apedrear a una rata que desde hacía días se había apoderado del miedo y el asco de los vecinos. ¡Qué asco!, ¡Mátala pendejo!. La rata en cuestión –de descomunal tamaño, por cierto-, seguía atrapada.
   
Una señora intentó darle fin con una escoba y Juan Carlos se interpuso abalanzándose sobre el piso, gritando ¡Ya déjenla, ya estuvo, ella no les está haciendo nada!. La respuesta de la gente fue tajante: ¡Quítate pinche escuincle que a ti también te vamos a dar en tu madre!, !Órale pinche mocoso!, ¡Denle en su madre Jefa!, ¡Quítate güey!. A Juan Carlos le fue peor que al miserable animal. Con su frágil cuerpo protegió a la rata. Así quedaron los dos,  la plebe les había perdonado la vida (por el momento).
 

Entre sangre y golpes inicia este primer capítulo en la vida de Juan Carlos Gómez “El Ñeropa”, quien en estado semiconsciente se arrastró a su cuarto que su madre rentaba para el solito; curó a la rata con merthiolate, agua oxigenada, alcohol y le rasuró sus heridas. Aquello fue el inicio de una gran amistad. El Ñeropa la adoptó como su mascota. Le compraba de todo para alimentarla y su vida, a partir de ese hecho, cambió para siempre.
 

A sus catorce años, el Ñeropa había abandonado los estudios. La Doña, la vecina del cinco, decía que los estudios nomás no le entraban, que el no había nacido para la escuela, y así, sin más ni más, Juan Carlos decidió por si solo dejar la vida escolar. Había concluido solo la  primaria. El pequeño cuarto donde vivía lo seguía pagando su madre, quien de más joven vivió ahí, hasta que un hombre,  al filo de la media noche, fue por ella y con lujo de violencia la  sustrajo y se la llevó a vivir con el para siempre (al menos hasta hoy siguen juntos). Ella no desea saber nada de Juan Carlos, sobre todo por lo que las vecinas le comentan, que el Ñeropa es drogo, que es bien grifo, que le hace al activo, que lo ven con su mona, que esto y que lo otro. Mucho de ello si es verdad, pero la mayor parte no. Su adicción por las drogas se ha dado por tanta soledad, por tanto abandono, por tanta rabia por no tener amor, por no tener a su madre o a su padre (de nombre Guillermo y quien vende artículos de piel en la Merced y sus alrededores, cinturones, carteras, pulseras, etc,). Algunos vecinos si lo tratan bien, como la Jefa, una anciana que vive sola en la casa diez con su hija Elisa. Ellas lo invitan a comer, a cenar, le llevan ropa y algunas veces le han hecho el quehacer de la casa. La Jefa dice que el tiene futuro, que bien podría ayudarle a vender droga en la colonia. Claro, no estamos hablando que ella sea narco o algo por el estilo, no, simplemente que La Jefa se da unas ayudaditas para la irla pasando, sobre todo ahora que la vida está bien cara y el dinero no alcanza para nada –diría ella-.
En alguna ocasión el Ñeropa entró al cine deslumbrado por la enorme  marquesina que anunciaba tres películas por un solo precio (se trataba de la permanencia voluntaria del cine Río). Pagó y al entrar ya había comenzado la función. Silenciosamente un hombre se sentó junto a el. Estaba todo oscuro y no se distinguía bien su cara, pero su mano si. Esta sobaba lentamente y después más rápido la bragueta del pantalón del Ñeropa, hasta que bajó el cierre y encontró el miembro erecto y viril de Juan Carlos. Lo estaba masturbando. Los quejidos y gemidos de la película se confundían y mezclaban con los de los asistentes al cine, por cierto,  casi lleno.
   
Juan Carlos salió corriendo perseguido por el hombre del cine quien gritaba desesperado ¡No te vayas niño...!, ¡Espérate!, ¡Ven!. Como pudo el Ñeropa caminó rumbo a catedral. No deseaba pensar en lo que había sucedido. -No, es mejor no pensar (decía), pero se siente bien ricote (decía en voz alta).

Una vez pasado el susto decidió entrar al templo. Le parecía enorme, descomunal, grandioso. Todas la imágenes de santos y vírgenes le causaban un inmenso dolor. Decía que todo el tiempo sufrían, que no era justo, que todo era por nuestros pecados tan grades, quizá como el que acababa de cometer ese hombre en el cine. Alguna lágrima se escapó de su rostro. Esa fue su primera experiencia sexual, pero no como se lo había imaginado o como lo había visto en el cine o en  los videos. No hubo caricia alguna, ni besos, ni abrazos y luego… con un hombre... -¿Seré puto?. Era mejor no pensar, dejarlo todo así por el momento…



Siguió caminando y contempló el misterio del Templo Mayor. -¡Chale!, aquí dicen que sacrificaban a niños para los dioses. ¿Y si yo hubiese sido uno de ellos?. Nel, entonces no estaría aquí, estaría muerto y no lo estoy, ¿O si?


Ixtapaluca, Estado de México, agosto del 2004


                



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