domingo, 8 de abril de 2012

EL HOYO DE MI BOLSILLO (crónicas urbanas)

                
“Una Tal Conchis"
por  Pepe Nador
No hay peor cruda que levantarse pedo y no tener varo paro curársela. ¿Nos es familiar esto?, por supuesto que esto nos suena común. Recuerdo entonces tan singular frase acuñada en el inconsciente colectivo: “evite la cruda, permanezca borracho”. Y así debería ser, pero uno también tiene sus momentos de lucidez. Por eso agradezco la invitación a escribir de la pranganez, o sea de cuando no tenemos ni madres para sobrevivir, amén de estar pedo, crudo o intoxicado. Hace una semana exactamente me vi nuevamente bien bruja. Era un sábado por la mañana y amanecí erics en casa de una tal Concha (¿Concha qué?). Me despierto y me dice una ruca, -¿Ya se levantó joven? (como si esto no fuera visible para tan sesuda dama), -Conchis ya se fue a trabajar pero me pidió que lo atendiera muy bien-. No alcancé a decirle más que un ¡Órale! (y es que esa dama me miraba muy pero muy raro, entre lujuria y contemplación monástica). A mi me daba vuelta todo y de pilón me estaba miando. Le pedí entonces, con toda la educación que me caracteriza, que me dejara entrar a su baño.

La dama accedió inmediatamente señalándome con la mano izquierda que el w. c. estaba allí luego. ¡Que pinche baño!, estaba todo bien chido… bueno, hasta el papel sanitario estaba bien suavecito y olía a flores de  verdad. En la pared colgaban tres oleos diminutos de alguna obra tardía de Chagall (si algo se es de pintura). Sin embargo todo valía madres. La resaca estaba en su punto y de repente ¡Zas!, que vomito el chulo y precioso lavabo con pedestal de cantera con acabados rústicos y llaves italianas de importación. ¿Y ahora que hago?, me preguntaba y seguía cual fuente brotante el vómito, pestilente y negro, negro, negro. Me agarré de donde pude y empecé a recordar todo. 

 La noche anterior estaba chupando con unos cuates de Valle Dorado en casa de Marthita Cox (así le decimos), allá por Tacuba, donde están las calles con nombres de golfas (perdón, golfos) y lagos. Era una reunión prendida para celebrar el cumpleaños de una amiga de ella, una tal Lucrecia (a quien por cierto me fajé bien rico). La ruca (Lucrecia) tendría unos cuarenta años, se ve que en sus años mozos fue una señora de muy buen ver, aunque todo por servir se acaba y acaba por no servir. La Martucha (como también le digo a mi amiga) solo tenía tequila. Por eso lo del vómito negro, ¡Caray!, hasta a mi me dio asco. Pero el daño estaba hecho. Como pude me limpié la jeta, me lavé las manos y eché un poco de agua al  excusado que había ensuciado. Ni modo. Seguía recordando…después del faje con Lucrecia (o Locrecia, como también le decían), me fajé a otra vieja. Exacto, un tal Concha. Seguramente de Tacuba llegué aquí, pero - ¿Dónde estoy?... -Seño, ¿Dónde estamos?... ¿Qué colonia es aquí?... La dama guardó silencio y después de casi un minuto me dijo. –Pues si, siempre lo he dicho, todos los hombres son así, malos, son unos cabrones. ¿Qué ya no se acuerda?, ¿O nada más quiso usted abusar de mi hija y ya perdió la memoria?. – No señora, no lo tome a mal (le dije), lo que pasa es que andaba ya muy borracho y no recuerdo nada, ni como llegué aquí… 

--Sabe (levantándome la voz), le voy a suplicar que se vaya. Nosotras somos mujeres decentes. Tanto Conchis como yo venimos de pueblo, pero eso si joven, honestas y muy pero muy decentes. Lo de anoche me indignó, sobre todo cuando escuché a mi hija llegar con un hombre borracho y cargándolo con ayuda de un taxista. ¡Dios mío!...¡Qué pena!. Pero me da mas rabia que después de haberle abierto las puertas de este hogar finja usted amnesia. -¡Esto no es hotel joven! (gritándome y señalándome con su mano el camino a la puerta). - Usted disculpará seño, pero de verdad que no recuerdo nada. - Hágame el favor y váyase. - Okay, me despide usted de Conchis (despidiéndome con cierta ironía).

Pinche vieja loca, pero…¿Dónde estoy?. Al buscar en las bolsas de mi pantalón no encontré nada, cero varo, nada. ¡Chíngale!, y ahora que hago. La cabeza me estallaba, la sed era agobiante y las ganas, otra vez, de volver el estómago. Caminé perdido cual escena retro de “dimensión desconocida”.


Huxquilucan, Estado de México,  19 de marzo del 2003

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